La vida sale al encuentro fue concebida en Vigo, escrita en Comillas y editada por vez primera en México. Se nos cuenta la historia de Ignacio y de su amigo Pancho. Jóvenes de quince años, adolescentes que poco a poco van descubriendo las emociones de la vida y su drama. El amor y la muerte de los seres queridos. Contado con magistral despliegue de matices afectivos, la narración es una constante interiorización de este progreso vital. El amor como centro de vida, como motor de unas acciones que se despliegan en el tiempo pero que trascienden su realidad. El amor como sustento y razón de las cosas.
Pero no es una novela pía, ni mucho menos sentimental. Es una novela de sentimientos y de ideales grandes. Su impronta pedagógica es muy importante. El Padre Urcola -alter ego del autor- orienta a unos muchachos demasiado vulnerables a las emociones y a los impulsos propios de su edad. Él les va enseñando a encajar el dolor y les desvela la importancia del sacrificio si quieren conseguir algo que merezca la pena. El lector perspicaz recuerda, durante la lectura de esta novela, el Retrato de un artista adolescente, de James Joyce. Desde otro punto de vista se nos cuenta algo muy parecido: el inconformismo ante la mediocridad por parte de unos jóvenes que anhelan mucho más. ¿Educación en valores? Efectivamente: educación en virtudes, en hábitos buenos que vayan haciendo más y más consistente el devenir existencial, intelectual y espiritual de unos personajes que son personas, que estudiaron en ese colegio de Vigo en 1951, y que nos siguen conmoviendo ahora.
Un libro que hay que leer o releer. Tanto los adolescentes comos sus padres o educadores. Aquí no se divaga en lo decorativo, aquí se cuenta algo más fundamental: el aprendizaje de la vida y sus circunstancias más radicales. Ésas sobre las que queremos construir la felicidad.
Pero no es una novela pía, ni mucho menos sentimental. Es una novela de sentimientos y de ideales grandes. Su impronta pedagógica es muy importante. El Padre Urcola -alter ego del autor- orienta a unos muchachos demasiado vulnerables a las emociones y a los impulsos propios de su edad. Él les va enseñando a encajar el dolor y les desvela la importancia del sacrificio si quieren conseguir algo que merezca la pena. El lector perspicaz recuerda, durante la lectura de esta novela, el Retrato de un artista adolescente, de James Joyce. Desde otro punto de vista se nos cuenta algo muy parecido: el inconformismo ante la mediocridad por parte de unos jóvenes que anhelan mucho más. ¿Educación en valores? Efectivamente: educación en virtudes, en hábitos buenos que vayan haciendo más y más consistente el devenir existencial, intelectual y espiritual de unos personajes que son personas, que estudiaron en ese colegio de Vigo en 1951, y que nos siguen conmoviendo ahora.
Un libro que hay que leer o releer. Tanto los adolescentes comos sus padres o educadores. Aquí no se divaga en lo decorativo, aquí se cuenta algo más fundamental: el aprendizaje de la vida y sus circunstancias más radicales. Ésas sobre las que queremos construir la felicidad.
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