La estatua del Príncipe Feliz, sobre una alta columna, dominaba toda la ciudad.
Estaba recubierta por láminas de oro, sus ojos eran dos zafiros de azul profundo
y en la espada brillaba un enorme rubí. Los habitantes de aquella ciudad estaban
orgullosos de vivir en un lugar tan bellamente adornado y todos, niños y
grandes, lo tomaban como modelo y ejemplo a seguir. - Es realmente bonito, como
un ángel – decían - Parece tan feliz, nunca llora.
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