Tristán es un niño como cualquier otro, pero un día se da cuenta de que está encogiendo: no puede alcanzar el estante del armario donde solía guardar los caramelos.
Cuando ve que, efectivamente, la ropa le queda más grande que antes, invirtiendo el proceso natural de las cosas, acude a sus padres, que al principio ni siquiera le escuchan, y más tarde se muestran incrédulos ante un fenómeno tan inexplicable. Cuando al fin aceptan que su hijo está encogiendo, piensan: «A lo mejor lo está haciendo a propósito. Solo para ser diferente…».
Al día siguiente, a sus amigos también les cuesta creer que Tristán esté menguando, y piensan que son tonterías suyas, incluso los profesores del colegio ignoran el problema: «Pase por hoy, pero encárgate de solucionarlo para mañana. En esta clase nadie encoge». Incluso llegan a mandarle al despacho del director, del que Tristán no consigue más que unas palmaditas en la espalda y un discurso grandilocuente.
Al final del día, tan pequeño que no puede subir a la cama, Tristán encuentra un juego de mesa que, tal y como promete en la caja, «hace crecer a los niños». Y, en efecto, cumple lo prometido.
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